miércoles, 8 de julio de 2009

lunes, 6 de julio de 2009




La pedagogía del cuidado

Un niño, dice Malaguzzi, posee cien lenguas, cien manos, cien pensamientos, cien formas de hablar, de sorprender y de amar, cien alegrías para cantar y entender, cien formas de descubrir, cien mundos para inventar, cien mundos para soñar.
El niño tiene cien posibilidades pero la vida, el lugar donde nace, el ambiente que respira, la pobreza acumulada, el color de la piel, el desarraigo familiar y escolar, los conflictos y guerras le roban noventa y nueve.
Educar a un niño es mirarle con asombro, con respeto, dejarle ser lo que es, acogerle y a la vez sacar de él el cien que tiene. Para ello hay que poner en práctica lo que se viene llamando la pedagogía de cuidado.
La pedagogía del cuidado supone, como el arte, tiempo y aprendizaje, el ser humano necesita varios años para alcanzar su autonomía, y toda una vida para aprender. El niño para vivir, necesita ser acogido, reconocer sus derechos e iniciarle en sus deberes.
El cuidado es un gesto amoroso con la persona y la realidad, gesto que protege y trae seguridad, paz y justicia. Sin cuidado, nada de lo que está vivo sobrevive.
Hoy necesitamos rescatar esta actitud como ética mínima y universal. Sólo así tendrá un sitio digno en el mundo todo niño; sólo así garantizamos nuestro futuro.
El niño en todos los lugares y latitudes sigue diciendo “el cien existe”.
Publicado en la Revista RS21

Cristianisme i Justícia. Comunicado del Servicio Jesuíta a los Refugiados, con motivo del Día Mundial del Refugiado.

“Es extremadamente preocupante que los estados más ricos del mundo sigan eludiendo sus responsabilidades con respecto a los refugiados. En lugar de dar la bienvenida a las personas que huyen de sus hogares por la extrema pobreza y la violencia, les cierran la puerta. Esta manera de actuar hace insostenible el sistema mundial de protección internacional”, dice el director internacional del JRS, Peter Balleis SJ.
A propósito del 20 de junio, Día Mundial del Refugiado, el JRS ha hecho un llamamiento a los gobiernos para que respeten sus compromisos con los derechos humanos y creen un entorno propicio para la integración de refugiados e inmigrantes. El JRS recuerda a los ciudadanos su fortaleza, ya que los gobiernos dependen de su consentimiento para actuar. Haciendo suyo el clamor de los desplazados, los ciudadanos propiciarán mejores políticas gubernamentales.
Los países desarrollados marcan las pautas de la aplicación de políticas y leyes que impiden a los refugiados entrar y permanecer en sus territorios. A modo de ejemplos, el gobierno italiano deporta ilegalmente a los inmigrantes indocumentados a Libia sin ni siquiera tratar de determinar si necesitan o no protección; las autoridades de los EE.UU. impiden, indiscriminadamente, la llegada de los barcos que transportan a los haitianos que huyen de la pobreza y de las graves violaciones a los derechos humanos; y, en Grecia, las condiciones para los solicitantes de asilo son tan deplorables, que algunos estados de la UE ya no lo consideran un país seguro donde buscar refugio.
Los políticos y los medios de comunicación muestran al extranjero que llega como una amenaza tanto para la seguridad pública como para la identidad cultural. A menudo obvian las contribuciones positivas hechas por los refugiados y los inmigrantes al desarrollo económico y cultural de las naciones de acogida. Se olvidan de que los refugiados son personas desplazadas por la fuerza, que se vieron obligadas a abandonar sus hogares. Por ello, los países en desarrollo tienen que responsabilizarse de acoger al 80 por ciento de la población mundial de refugiados.
“La que alguna vez fue política de puertas abiertas de los países en desarrollo se está cerrando rápidamente. El mensaje – no hay lugar en la posada – se ha recibido de forma clara en muchos países en desarrollo – Camboya, Kenia, Panamá, Tanzania, Tailandia – que adoptan políticas cada vez más restrictivas hacia las poblaciones desplazadas. Esas naciones ven que los países desarrollados, empujados por el temor a los extranjeros, ya no están interesados en compartir la responsabilidad global de la protección internacional”, afirma P. Balleis.
Sin embargo, algunos países han demostrado que es posible aceptar más refugiados dentro de sus fronteras. El pasado mes de marzo, el gobierno ecuatoriano inició un proceso de regularización de la situación de más de 50.000 refugiados colombianos no reconocidos hasta ahora. Un mes después, Sudáfrica anunció la adopción de procedimientos para ofrecer protección temporal a más de un millón de zimbabuenses que han huido de sus hogares.
Tras una década de medidas cada vez más draconianas para hacer frente a la inmigración forzada, no sólo no se ha reducido el número de refugiados en el mundo, sino que se ha intensificado el sufrimiento de los más vulnerables. Cerrar los ojos a la realidad de los refugiados compromete los principios de justicia y solidaridad que cimientan las sociedades libres. Al abrir nuestros corazones a su sufrimiento nos obligamos a acoger al extranjero.